El futuro de la medicina

EDITORIAL

 

El futuro de la medicina

 

The future of medicine

 

 

En los genuinos referentes de salud integral (física, mental, social y ambiental), existe una ilimitada reserva moral para promover estilos salutogénicos de vida. No se ha logrado el necesario equilibrio entre instrucción y educación; hoy va delante la primera, y distante, muy rezagada, la segunda. Es mucho lo que los profesionales, al igual que los individuos, las familias e instituciones, y la sociedad en su conjunto, pueden y deben hacer. Se ha de evitar el anquilosamiento sanitario en contextos laborales, docentes, comunitarios y sociales, así como desarticular rutinas que empobrecen el completo bienestar.

Resulta desafiante vaticinar el futuro de la medicina, incluso en las próximas décadas, porque cada año sorprenden los conocimientos, las tecnologías y las nuevas terapias. No obstante, me permito soñar un mañana promisorio, si prevalecen la conciencia y la ética de la mano de una correcta organización sanitaria y una creciente responsabilidad social. Sin dudas, el estilo de los clásicos paradigmas estará sazonado con un desarrollo sin precedentes. Se ampliarán los saberes de profesionales y pacientes. La ética y la estética se conjugarán mejor en la práctica médica. Viviremos la intemporalidad del método clínico y no habrá «buitres» alimentándose de la esperanza de los que sufren. El «ser» estará por encima del «tener»; no será tan breve la vida y sí más amplia la salud.

El error médico será excepcional. Realmente será un horror el fiasco en la prescripción, sencillamente porque tan importante acto estará sustentado en el juicio clínico y las más sólidas evidencias. Como regla, la tenacidad será guiada por el sentido común y no se lucrará con la atención a la salud de los seres humanos. Muchos, cada vez más, se asomarán a ventanas que se abren a la salud y se asumirán, por la inmensa mayoría, conductas que glorifican y alargan la calidad la vida. Se va a convenir en la necesidad de desempeñarnos, todos, con absoluta responsabilidad en el cuidado de lo más preciado.

No se permitirán incongruencias en las estrategias preventiva y promocional; tampoco el desarraigo académico ni la zafiedad en ningún escenario. No serán pisoteados los principios esenciales de la praxis. Todas las clases encenderán pasiones que tributarán a los modos de actuación. El entusiasmo por la salud integral no envejecerá con el paso de los años. Todos los profesionales y estudiantes de la salud viviremos hechizados por nuestros sagrados deberes. Habrá una eclosión de cultura e higiene. Más que el bullicio enajenante de la contemporaneidad, un día escucharemos el murmullo ancestral de sabios estilos de vivir.

No faltará una visión agudísima para captar lo fisiopatológico, que oscilará entre «acentos» anamnésicos y «puntos» físicos. Será más fácil atravesar el umbral del diagnóstico. La semiología continuará subyugando la relación médico-paciente y legitimando al galeno. La sagacidad será notoria identidad. Habrá muchos adelantos tecnológicos y algunos parecerán increíbles, pero ninguno conseguirá eclipsar a la clínica. Se convertirán en cotidianos los mágicos momentos que ofrece la aplicación consecuente del método clínico y se reducirá el posicionamiento de estereotipos que erosionan la asistencia sanitaria, junto con la proclividad a enfermar y morir.

La percepción del riesgo ocupará un privilegiado lugar y la predicción va a devenir antídoto, vacuna y terapia. Los valores no tendrán un comportamiento «apoptótico» y a los antiquísimos remedios se unirán «milagrosas» alternativas terapéuticas. Los médicos serán, junto al resto de los profesionales de la salud, íconos del más sano estilo de vida y su conducta ejemplar en el «autocuidado» será símbolo de la promoción de salud; serán y parecerán cultores de la felicidad del ser humano. Se asumirá el ejemplo como horizonte posible. Legítimo y universal será el compromiso con individuos, familias, grupos sociales y todos los entornos de la «madre tierra». Habrá menos enfermos y más pacientes sanos.

En el futuro, viajaremos más y cómodamente a nuestro universo interior. Hasta la doble hélice, y más allá del ADN que hoy conocemos, podremos ir con relativa facilidad. El mapeo y las interrelaciones de los miles de millones de pares de bases del genoma humano permitirán obrar maravillas. La decodificación de sus «misterios» devendrá clave para prolongar la vida y mejorar su calidad. Además, será posible fabricar órganos para trasplantes, se regenerarán eficazmente células y tejidos; no pocas partes del cuerpo podrán ser reemplazadas. Se entenderá mejor el cerebro, al tiempo que se protegerá y reparará; las neurociencias protagonizarán apasionantes historias. El «ser biónico» no será excepcional. Conviviremos con organismos modificados genéticamente y no serán raros los transgénicos. Asistiremos al desarrollo de nuevas generaciones biotecnológicas, con significativos aportes de la genómica, la proteómica, la bioinformática, la transgénesis, la farmacogenética y la medicina personalizada.

Serán plausibles los avances en nanomedicina, la creación de revolucionarios «chips», dispositivos bioartificiales para lograr la luz en invidentes, el sonido de la vida en sordos o la conexión del cerebro con miembros parapléjicos, por ejemplo. Se crearán variados y útiles sensores; electrodos microscópicos permitirán disponer de una red «inteligente» en el organismo. Se desarrollarán los estudios morfofuncionales y aparecerán nuevos sistemas de monitorización, incluido un vestuario con «entramado textil inteligente». Se cultivarán con mayor éxito los tejidos y será realidad común la bioingeniería tisular. Se podrá burlar el sistema inmune, y el fracaso en la trasplantología será algo del pasado. Existirán alimentos «bioingenierizados» para evitar la obesidad. Las imágenes serán de altísima e insospechada resolución. Los patrones logrados en el laboratorio podrán imprimirse en tercera dimensión. Las cifras del ser humano serán mejor conocidas y adecuadas. Posible será retardar el envejecimiento y, con él, las enfermedades propias de esta etapa de la existencia. Se abrirán nuevas posibilidades, más allá de la herencia biológica. Se modernizarán todas las áreas de las instituciones de salud, independientemente del nivel de atención. Crecerá el conocimiento y dominio de la mente. Obviamente, serán trepidantes los tiempos que se avecinan.

Habrá nuevas polémicas morales más allá de los «clones humanos», y se intentará traducir el «idioma del cerebro» a un lenguaje que se pueda esclarecer en el ordenador, o mover el cursor o un miembro artificial con el poder del pensamiento (comunicación cerebro-ordenador). Las habilidades intelectuales se podrán mejorar, quizás facilitando la síntesis de proteínas relacionadas con la memoria. Aunque pueda clonarse el material genético, nunca se podrá hacer lo mismo con la época, el contexto o lo psicosocial; la expresión de la información clonada será siempre diferente. Un clon nunca tendrá el alma similar a la del original. Triunfará, una y otra vez, la revolución biomolecular y se ahondará en el estudio de las potencialidades de la «molécula inmortal», en su constante interacción con el medio. Continuará creyéndose en el poder divino de la «evolución biotecnológica», aun cuando vale priorizar la «maestría de la vida».

La elección de cómo construir el futuro de la medicina no está ni siquiera en manos de los médicos y demás profesionales del sector. La salud, en su carácter multidimensional, trasciende lo biológico, y está en manos de todos los actores sociales. De ahí que «el mañana» tiene que ser colegiado, más que ser mirado con incertidumbre, sin renunciar a la prudencia en el empleo de las «bondades» tecnológicas. Vale repensarlo, de cualquier manera, en el tránsito de la medicina curativa a la preventiva, integrativa, factual (basada en evidencias científico-estadísticas) y predictiva.

Finalmente, los invito a soñar, y al mismo tiempo edificar, un futuro sin incivilidad sanitaria, donde el buen hacer legitime la formación integral recibida y se conjuguen armónicamente la atención individual y el enfoque poblacional, es decir, los métodos clínico y epidemiológico. En el siglo XXI, continuarán siendo los mejores médicos aquellos que mejor interroguen a sus pacientes, los que sean amos y no esclavos de las tecnologías sanitarias, los que se coloquen en lugar de quienes reclaman o necesitan sus servicios. Ni las realidades moleculares reducirán el protagonismo del razonamiento clínico. No hay utopías cuando aspiramos al bienestar de nuestros semejantes, ni faltarán profesionales que se unan para alcanzarlas. Soñemos con la «utopía» posible de una orquesta social por la salud de todos, e invitémonos a prorrumpir a cada amanecer con animosidad. Encontrémonos en el majestuoso mundo de la vida, con inspiración por la salud.

Cordialmente,

 

 

Profesor Dr. José Luis Aparicio Suárez
Máster en Educación Superior en Ciencias de la Salud
Especialista y Miembro de la Sociedad Internacional de Hematología
Director de la Revista Medicentro Electrónica
japaricio@cardiovc.sld.cu

 

 

Dr. José Luis Aparicio Suárez. Máster en Educación Superior en Ciencias de la Salud. Especialista y Miembro de la Sociedad Internacional de Hematología. Cardiocentro Ernesto Che Guevara. Santa Clara, Villa Clara. Cuba. Correo electrónico: japaricio@cardiovc.sld.cu

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